domingo, 12 de mayo de 2013

Enfocar nuestra acción en 'defensa de la vida' (y II)

III.- MENTIRAS Y MANIPULACIÓN DEL LENGUAJE.
Ya anunciábamos al principio que las evidencias científicas y los datos objetivos sólo podían negarse desde presupuestos ideológicos. Vamos a ver algunas de las falsedades y lugares comunes más difundidos en este ámbito. Lo más llamativo, por incongruente, es que algunas de estas opiniones se revisten de ropajes de progreso, ampliación de derechos e, incluso, de falsa piedad hacia quien sufre. Además, es significativo que casi siempre, para justificar algunas de las posiciones ideológicas contrarias a la vida humana y a la familia, entendida como entorno privilegiado para la protección y cuidado de ésta, se utilicen mentiras, eufemismos, manipulación del lenguaje.
Es reveladora de esa forma de actuar, por ejemplo, la propuesta que hiciera en su día Bill Clinton diciendo que el aborto debía ser «seguro, legal y excepcional.» Pues bien, el dato cierto es que en Nueva York el cuarenta por ciento de los embarazos terminan en aborto. También es significativo que el caso que se utilizó para promover la legalización del aborto en Estados Unidos, y después en cascada en gran cantidad de países, el célebre Roe vs. Wade del que se cumplen ahora cuarenta años (sentencia de 1973), estuviera construido sobre la mentira de una falsa violación. Igualmente falsos, y sin rigor científico alguno, fueron los conocidos Informes Kinsey de 1948 y 1953, sobre el comportamiento sexual de los hombres y las mujeres en Estados Unidos.
En cuanto a la manipulación del lenguaje, podemos encontrar ejemplos como la creación del término pre-embrión en un intento de justificar determinadas manipulaciones sobre el embrión humano, o la difusión de la idea del ‘sexo seguro’ mediante la supuesta protección total con el uso del preservativo. A este respecto hay que señalar que la propia ONUSIDA ha tenido que reconocer que sólo se puede hablar de ‘sexo más seguro’, pero no de seguridad total como se daba a entender con el slogan anterior. También la aplicación del concepto de ‘derecho’ a lo que no son más que meros deseos subjetivos: derecho al hijo, al aborto, a decidir, a la salud reproductiva, al libre ejercicio y expresión de la identidad sexual.
Como último ejemplo de estas mentiras y manipulaciones citaremos el constante recurso a la amenaza de la superpoblación, de la explosión de una supuesta “bomba demográfica”, como la denominara Paul Erlich, sombrío profeta de catástrofes jamás acaecidas. La falsedad de estos planteamientos la desveló, entre otros, Jean Ziegler, socialista suizo y Relator Especial sobre el derecho a la alimentación de Naciones Unidas, en un Informe de enero de 2008: «Y sin embargo, el hambre y las hambrunas no son inevitables. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el mundo produce ya suficientes alimentos para atender a cada niño, mujer y varón, y podría dar de comer a 12.000 millones de personas, es decir el doble de la población actual. El mundo es más rico que nunca, así que, ¿cómo podemos aceptar que cada año 6 millones de niños menores de 5 años mueran a causa de la malnutrición y de las enfermedades a que da lugar?» A esta ya larga y negra lista tendríamos que añadir las prácticas eugenésicas, el ‘aborto postnatal’ o el infanticidio.
En este contexto, y en relación con el combate cultural al que nos referíamos al principio, hay que señalar que en la base de todas estas falacias, eufemismos y manipulaciones, se encuentran los planteamientos de la ideología de género y su agenda política. En el campo educativo el servicio a la verdad consistirá en demostrar estas falsedades y en proponer una recta antropología, adecuada a la auténtica naturaleza del ser humano.
IV.- NO SÓLO LA IGLESIA.
Otra manipulación que suele utilizarse para intentar desacreditar las propuestas y posiciones de quienes defendemos la vida es decir que pretendemos imponer nuestra fe y nuestras creencias a toda la sociedad, pues intentan hacer creer que no existen otros argumentos más allá de los de tipo moral o religioso, como si la vida y la familia sólo pudieran defenderse desde planteamientos puramente confesionales. Nada más lejos de la realidad. Vamos a demostrarlo con algunos ejemplos. Las evidencias científicas y los datos objetivos meramente racionales, a los que en el caso de los creyentes se pueden sumar otras consideraciones –mandamientos, prácticas, costumbres, virtudes, creencias-, demuestran que existen razones de ciencia y de conciencia para oponerse a los ataques reiterados contra la vida humana, especialmente cuando ésta se encuentra en formación en el seno materno o cuando está enferma, en fase terminal o en situación de debilidad o abandono.
Citaremos sólo algunos pensadores y personajes, no ultracatólicos precisamente. Tabaré Vázquez, expresidente de Uruguay y médico de profesión: «Hay consenso en que el aborto es un mal social que hay que evitar… La legislación no puede desconocer la realidad de la existencia de vida humana en su etapa de gestación, tal como de manera evidente lo revela la ciencia… hay que rodear a la mujer desamparada de la indispensable protección solidaria, en vez de facilitarles el aborto.» Norberto Bobbio, filósofo socialista italiano: «Me sorprende que los laicos dejen a los creyentes el privilegio y el honor de afirmar que no se debe matar… Ante todo, el derecho fundamental del concebido, el derecho a nacer, sobre el cual, creo yo, no se puede transigir. Es el mismo derecho en cuyo nombre soy contrario a la pena de muerte.» Mahatma Gandhi, líder pacifista: «Me parece tan claro como el día que el aborto es un crimen.» 
Hemos visto, como ya anticipábamos, que hay argumentos absolutamente racionales, laicos, no confesionales, para defender la vida humana. Argumentos y opiniones desgraciadamente desconocidos, pues arruinarían la caricatura que se hace de la fe y la religión en este terreno.
La existencia de estos argumentos no desvirtúa el hecho de que haya sido la Iglesia la primera, y siempre se ha mantenido igual, que clamó en favor del respeto a la vida y la dignidad de todo ser humano. El Catecismo de la Iglesia Católica y la Instrucción Donum Vitae nos recuerdan que «la vida humana es sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente.» Juan Pablo II, en Audiencia General del 3 de enero de 1979, 3 meses después de su elección como Sumo Pontífice, marcaba ya los caminos a seguir: «Este hecho del que hablo es un gran grito, un desafío permanente a cada uno y a todos, acaso más en particular en nuestra época… En efecto, lo que viene llamado con eufemismo ‘interrupción de la maternidad’ (aborto) no puede evaluarse con otras categorías auténticamente humanas que no sean las de la ley moral, esto es, de la conciencia… No se puede dejar sola a la madre que debe dar a luz; no se la puede dejar con sus dudas, dificultades y tentaciones. Debemos estar junto a ella… debemos ofrecerles toda ayuda posible.»
En la Evangelium Vitae, Juan Pablo II nos ponía frente a nuestra responsabilidad personal: «Estamos ante un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la ‘cultura de la muerte’ y la ‘cultura de la vida’. Estamos no sólo ‘ante’, sino necesariamente ‘en medio’ de ese conflicto: todos nos vemos implicados y obligados a participar, con la responsabilidad ineludible de elegir incondicionalmente a favor de la vida.» Además, esta responsabilidad no se puede demorar: «Es urgente una movilización general de las conciencias y un común esfuerzo ético, para poner en práctica una gran estrategia en favor de la vida. Todos juntos debemos construir una nueva cultura de la vida.»
Los cristianos, cuando hablamos de la defensa de la vida no lo hacemos exclusivamente del aborto –recuérdese el «toda la vida y la vida de todos»-, sino que nos ocupamos también de la eutanasia, la eugenesia, el terrorismo, la pena de muerte, las guerras, las torturas y violencias, la manipulación e ingeniería genéticas, la pobreza y el hambre. La Instrucción Dignitas Personae lo expresa magníficamente: «Pero la historia de la humanidad ha sido testigo de cómo el hombre ha abusado y sigue abusando del poder y la capacidad que Dios le ha confiado, generando distintas formas de injusta discriminación y opresión de los más débiles e indefensos. Los ataques diarios contra la vida humana; la existencia de grandes zonas de pobreza en las que los hombres mueren de hambre y enfermedades, excluidos de recursos de orden teórico y práctico que otros países tienen a disposición con sobreabundancia; un desarrollo tecnológico e industrial que está poniendo en riesgo de colapso el ecosistema; la utilización de la investigación científica en el campo de la física, la química y la biología con fines bélicos; las numerosas guerras que todavía hoy dividen pueblos y culturas. Éstos son, por desgracia, sólo algunos signos elocuentes de cómo el hombre puede hacer un mal uso de su capacidad y convertirse en el peor enemigo de sí mismo, perdiendo la conciencia de su alta y específica vocación a ser un colaborador en la obra creadora de Dios.»
Acabaremos citando a Chesterton: «Solo quien nada contracorriente sabe que está vivo.» Lo mejor que podemos hacer por nuestros jóvenes es que vivan, no que se dejen arrastrar por la corriente. Es más duro, pero es mucho más humano. Para eso es necesario que en su educación les hablemos del valor y dignidad de la vida humana y de la necesidad de defenderla.
Vicente Agustín Morro López  

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