domingo, 1 de septiembre de 2013

Los unos y los otros... “A vueltas con la prometida y anunciada reforma de la ley del aborto”


De nuevo en el País, leímos ayer un artículo D. José Ezequiel Páez Conesa que titula Vida humana y libertad de la mujer  y en el que se retuercen, hasta el hastío, unos argumentos deliberadamente falsos con el fin de derrotar y/o confundir al contrario.
La entradilla ya encierra un primer sofisma 1. Dice:
La reforma del aborto que proyecta Ruiz Gallardón confunde moral pública y moral privada. Se pregunta si es correcto que una mujer aborte, cuando debería preguntarse si es correcto que el Estado obligue a dar a luz”.
Ocurre, que la alternativa a preguntarse si es correcto que la mujer aborte, no es plantearse si el Estado debe, o no, obligar a dar a luz. La pregunta sería si el Estado debe, o no, impedir que se mate, porque eso es exactamente lo que se dirime, ya que es absolutamente imposible “abortar” sin previamente “matar” al abortado. En el aborto voluntario los términos “aborto” y “muerte”, desgraciadamente, se comportan como sinónimos. Verdaderamente la mujer debe ser libre de ser o no ser madre, ¡por supuesto!, pero cuando ya es madre, al igual que todos nosotros, no le es lícito  disponer de la vida de su hijo ni antes ni después de dar a luz.
La mayoría de los llamados “embarazos no deseados” se derivan de actos voluntarios donde no se midió adecuadamente el riesgo de la posibilidad de que ocurriera en embarazo, y el ser humano además de libre  tiene que ser responsable de las consecuencias de sus actos. Sí es tarea del Estado, exigir que los ciudadanos cumplan con sus responsabilidades, pero, especialmente si de salvaguardar la vida de otro se trata. La muerte del hijo no puede ser la solución a un fallo del anticonceptivo, ni la salida airosa de una irresponsabilidad.
Es cierto que hay casos donde la mujer es violentada en su libertad, y a veces (las menos como lo muestran las estadísticas) a consecuencia de esa agresión deviene un embarazo. Quiero dejar claro, muy claro, que no reconozco ninguna agresión más cruel y humillante que pueda hacerse a un ser humano  que una violación.  La solución no puede ser abortar al ser que se acoge en su madre, sumar una nueva agresión, y esta vez canalizando la “justa rabia” de la víctima hacia una actitud agresora para su hijo y para sí misma; Una sociedad tremendamente garantista, que no admite un ajusticiamiento del violador, no puede justificar ni mucho menos promocionar la eliminación del hijo. El ya muy manido “latiguillo” de que  «...le va recordar a su madre la agresión toda su vida» no se sostiene, en verdad que si algo puede mantener y retroalimentar el trauma de una violación, es el saber impune a su agresor. Mi opinión es que la mujer debe ser atendida y acogida por el Estado que además deberá satisfacerla, especialmente, en su sed de justicia  cargando con todo el peso de la ley sobre su agresor.  Lo que, de verdad, ayuda y fortalece a la víctima es el saber que su agresor “paga duramente” por su fechoría.
El embarazo tras violación es más frecuente cuando la violación es reiterada, y ésta es especialmente frecuente en el entorno familiar de la víctima. En estos casos (especialmente execrables) hay que estar muy atentos, porque la víctima puede ser doblemente agredida al utilizarse el aborto como “una salida” que los abusadores y sus cómplices utilizan para encubrir el delito y quedar impunes.
Es indignante que alguien pueda decirle a la víctima, que su rabia y su sed de justicia se sustancian cargándose la prueba del delito.
Cuando la vida o la salud de la madre están en peligro, debe ser tratada con todos los medios y con toda la intensidad que la circunstancia requiera, aún si hay riesgo de que con esa actuación pudiera derivarse un daño o la muerte del hijo. Pero lo que es de todo punto éticamente inasumible es cargarse de forma preventiva al niño. Porque el embarazo no es lo que pone en riesgo la vida o la salud de la madre, éste es, a lo sumo, solo una circunstancia que eventualmente puede complicar la dolencia (o su tratamiento) que padece la mujer y que es la que realmente afecta a su salud o amenaza su vida.
El autor nos lleva, en otro momento, a una interesante, incluso podría tomarse como atractiva y sugerente, disquisición acerca de la distinción entre moral pública y moral privada, que trata de aclararnos con un ejemplo donde descubrimos un nuevo sofisma
“...pero parece que el ministro pretende suprimir el régimen de aborto libre y regresar al sistema puro de supuestos. ¿Qué motiva esta reforma? Según declaraciones del ministro, proteger la vida del no nacido y garantizar la libertad de la mujer. En efecto, estos son dos de los fines que justifican la regulación del aborto voluntario. Ahora bien, el ministro se halla sumido en cierta confusión muy generalizada en este debate: interpreta vida humana y libertad de la mujer como valores de moral privada que nos dan la respuesta a si es moralmente correcto que una mujer aborte, cuando debería interpretarlos como valores de moral pública y preguntarse si está justificado que el Estado obligue a dar a luz.”
Comprenderemos mejor la distinción entre moral pública y moral privada con un ejemplo. Imaginemos una ley que nos obligara a donar un riñón a personas que lo necesitan para sobrevivir. Estaríamos de acuerdo en que, sea o no insolidario negarse a donar un órgano en tales casos, el Estado no nos puede forzar a hacerlo. Podremos ser criticados por nuestra decisión, pero esta nos compete exclusivamente a nosotros, libres de la amenaza de recibir un castigo en caso de que escojamos la opción equivocada. Algo similar ocurre con los embarazos fruto de una violación o los que ponen en peligro la vida o salud de la mujer. Resulta perfectamente coherente sostener, a un tiempo, que cierta conducta (como arriesgar la vida por el propio hijo) es elogiable o, incluso, debida, y que, sin embargo, no puede ser legalmente obligatoria.”
Cuando dice que "el Estado no nos pude forzar a hacerlo ".  Es aquí donde intencionadamente, o no, yerra el tiro. Porque la cuestión, volviendo al caso del aborto, no es que el Estado tenga coactivamente que obligar a dar a luz,  ni que anime y/o promocione la opción de abortar. La verdadera salida a la intención del ministro de “proteger la vida del no nacido y garantizar la libertad de la mujer”, son las políticas que ofrezcan “salidas respetuosas con la vida del niño  y, a la vez, capaces de resolver positivamente “la montaña de conflictos, preocupaciones y presiones de todo tipo” que colocan a la mujer en el disparadero de asumir que solo tiene la salida peor.
No existe ninguna libertad de optar, cuando solo te ofrecen una salida. ¿Es libertad de opción elegir entre lo malo y lo peor? Garantizar la “libertad de la mujer” que parece pretender el ministro, pasa por ofrecer “salidas alternativas” a “lo malo o lo peor”. ¿Cuántas mujeres cree D. José Ezequiel que dejarían a un lado la opción del aborto si alguien les resuelve su “montaña de conflictos, preocupaciones y presiones de todo tipo”?
La casi absoluta ausencia, en nuestra querida España, de ayudas públicas a la maternidad, a una promoción socio-laboral de la mujer que contemple su opción de ser madre, a una política educativa para nuestra juventud de sexo seguro (por supuesto) pero también responsable, pone verdaderamente difícil esa libre elección que dicen perseguir los abortistas (autodenominados pro-choice) y convierte en heroica la elección de no abortar pese “su tremenda soledad  para muchas madres.
Ni D. José Ezequiel, ni yo, ni muchos españoles sabemos realmente que es lo que al final hará o le dejaran hacer al ministro, pero este problema lleva ya acumuladas demasiadas víctimas. Muchas muertes inocentes (casi 1,7 millones) y muchas mujeres que arrastran, como “muertas en vida ”,  las secuelas de una decisión equivocada (cerca de un 90% de síndromes postaborto).
Creo sinceramente que ya va siendo hora de poner remedio. Desde este blog se lo hemos dicho el ministro y al gobierno:
Mi particular posición y que le ofrezco al querido lector está expresada y “en caliente” en la entrada publicada el día 3 de julio pasado,  Nada me importa más que la vida de un ser humano

 
1 (Del lat. sophisma, y este del gr. sÕfisma .) m. Razón o argumento aparente con que se quiere defender o persuadir lo que es falso. [Real Academia de la Lengua].

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